Se decían así: las chicas fiorucci
era la época de Alfonsín,
eran el resabio sanguíneo adulterado
de dos generaciones caídas o de pie,
no era tan visible: eran chicas argentinas.
una usaba condón como loca, poseída.
La otra es menester decirlo sin tapujos, también.
Una hablaba un italiano carcomido por la idiotez:
tutto bene, bene tutto y pasta cuccinatta
raviol, también decían raviol y era una jerga
y era una jerga en la que entrábamos todos
y no se escapaba nadie como en la bolsa de los gatos.
Una de las fiorucci se llamaba Clelia
y a pesar de eso era moderna y amorosa.
La otra se llamaba Delia y a pesar de eso la quise
sin tapujos, poseído, mirando el sol, cerrando los ojos.
Había un chico que se llamaba trapo, le decían trapo
y era un sordomudo al que todos deseaban
porque las chicas fiorucci eran las que dictaminaban
los cánones del deseo en el barrio. Hasta
yo deseé a trapo con una locura que hoy no reconozco.
Había otro que hacía bromas estupendas
se hacía prender porros por los canas
y nosotros lo esperábamos en un banco de la plaza
y él era amigo nuestro porque tenía esa gracia
o alguna otra que ya no supe nunca
porque mi chica fiorucci me dejó o nunca me tuvo
o pasó el tiempo y no sé dónde se fue o dónde está.
A veces cuesta despegar los ojos,
ver que Delia era un sobrenombre,
verla sobre un hombre o no verla y no verla y no verla.
Otro muchacho se llamaba Raúl
pero, qué curioso, he olvidado su gracia.
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