domingo, 1 de septiembre de 2019

CAROLINA MUSA (Santa Fe)



La despedida
El retraso invariable del colectivo
esta vez roto en Pocitos.
Mi viejo sentado en un banco de la terminal
el perro sarnoso a un lado
varios pibes gatean por el suelo
cerámico, fresco. Al fin
viene, nos abrazamos
rápido porque hace calor
y el chofer está apurado.
Arriba el combo incluye olor a chivo
+ televisión encendida
+ ringtones de celular.
El barrio nuevo es esa fila de puntos
rojos sobre el horizonte
bajo uno de los cuales mi amiga de la infancia
con minuciosidad absoluta
cortará las verduras de la cena.
Un viejo en bicicleta
pedalea exigido
con una escalera bajo el brazo.
Me voy de Orán.
Un carancho se lame las alas
sobre un tronco quemado hueco.
Después la oscuridad
abrupta, a los costados se apaga todo
excepto la memoria en el cuerpo los indicios
de esto que intuyo siempre prematuro           ¿duele?
No, no duele.
Esa cantidad de desperdicios sobre los techos.
Quince minutos todavía
no llega la extrañeza
el asombro llueve pasando Chalicán
llueve torrencialmente
y juraría esta noche croa un sapo
acá arriba, adentro.

Postal de verano
Con las valijas en la vereda
de la casa de la infancia es decir las valijas
en la infancia misma, de algún modo
(los vecinos duermen)
podría robar el cartel de la despensa
la claridad, el cielo, la basura del corso
tirada entre los yuyos
para mi colección de souvenirs:
aerosoles sin nieve, botellas de plástico
papeles, bolsas, envoltorios
y hojas de coca masticadas y escupidas
(un sarpullido triste sobre el suelo)
En la esquina
-justo bajo el farol clueco
donde fumó Agustín en los noventa
con un gesto viciado de galán de TV-
estaciona el camión municipal
y se apean dos mamelucos amarillos
cargando una hoja de palmera
y una pala de albañil.
Uno barre,  el otro junta.
La sincronía es imperfecta, de hecho
parecen dos robots drogados cada vez
que uno barre la polvareda sube
amontona los papeles y envoltorios
levemente hacia el cordón, el otro
arrastra la pala por la calle duda
antes de acometer contra el apenas montículo
después tira el cargamento de la pala en el camión
con lasitud enervante, ambos
de súbito se detienen:
el de la pala se apoya sobre ella y cruza los pies
como un bailarín en descanso
el otro nada más ve la coupé taunus
que dobla la esquina y me descubre
espiando en plena calle, por si acaso
no levanto la mano, el de la pala
me devuelve indiferencia: bosteza
a tempo con la ruinosa casi escoba
que agita lánguida el polvo, la polvareda sube
la claridad acobarda.

Mi balcón
Calentador eléctrico.
Plato de loza blanco.
Maceta de barro sin planta.
Madera de Bolsón.
Uno arriba de otro no en este orden sino
a la inversa:
Madera de Bolsón sobre
Maceta de barro sin planta sobre
Plato de loza blanco sobre
Calentador eléctrico.
Atrás el esqueleto de una silla tonet.
Arriba la soga con broches de colores.
A la derecha un banco de trabajo.
A la izquierda un cactus patagónico anciano,
único espécimen que resiste
la insistencia inanimada de mi
balcón,
con su horizonte amputado en el ventanuco
del baño de los vecinos



Carolina Musa Nació en Rosario. Durante su adolescencia vivió en Orán  provincia de Salta. A los 18 años, volvió a su ciudad natal.
Artesana, correctora, y Licenciada en Comunicación Social, también realizó estudios en cine y museología. Paticipó en el taller de escritura coordinado por Marcelo Scalona y desde 2010 coordina el suyo para niños. Entre sus lecturas en público se encuentran el XIX Festival Internacional de Poesía de Rosario, y varios ciclos más. La editorial Tropofonía le editó en 2011 su primer libro Acústico. De allí es el primer poema que nos lee de los cuatro que podés escuchar en el micro radial que te dejamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario