La despedida
El
retraso invariable del colectivo
esta vez
roto en Pocitos.
Mi viejo
sentado en un banco de la terminal
el perro
sarnoso a un lado
varios
pibes gatean por el suelo
cerámico,
fresco. Al fin
viene,
nos abrazamos
rápido
porque hace calor
y el
chofer está apurado.
Arriba
el combo incluye olor a chivo
+
televisión encendida
+
ringtones de celular.
El
barrio nuevo es esa fila de puntos
rojos
sobre el horizonte
bajo uno
de los cuales mi amiga de la infancia
con
minuciosidad absoluta
cortará
las verduras de la cena.
Un viejo
en bicicleta
pedalea
exigido
con una
escalera bajo el brazo.
Me voy
de Orán.
Un
carancho se lame las alas
sobre un
tronco quemado hueco.
Después
la oscuridad
abrupta,
a los costados se apaga todo
excepto
la memoria en el cuerpo los indicios
de esto
que intuyo siempre prematuro
¿duele?
No, no
duele.
Esa
cantidad de desperdicios sobre los techos.
Quince
minutos todavía
no llega
la extrañeza
el
asombro llueve pasando Chalicán
llueve
torrencialmente
y
juraría esta noche croa un sapo
acá
arriba, adentro.
Postal de verano
Con las
valijas en la vereda
de la
casa de la infancia es decir las valijas
en la
infancia misma, de algún modo
(los
vecinos duermen)
podría
robar el cartel de la despensa
la
claridad, el cielo, la basura del corso
tirada
entre los yuyos
para mi
colección de souvenirs:
aerosoles
sin nieve, botellas de plástico
papeles,
bolsas, envoltorios
y hojas
de coca masticadas y escupidas
(un
sarpullido triste sobre el suelo)
En la
esquina
-justo bajo
el farol clueco
donde
fumó Agustín en los noventa
con un
gesto viciado de galán de TV-
estaciona
el camión municipal
y se
apean dos mamelucos amarillos
cargando
una hoja de palmera
y una
pala de albañil.
Uno
barre, el otro junta.
La
sincronía es imperfecta, de hecho
parecen
dos robots drogados cada vez
que uno
barre la polvareda sube
amontona
los papeles y envoltorios
levemente
hacia el cordón, el otro
arrastra
la pala por la calle duda
antes de
acometer contra el apenas montículo
después
tira el cargamento de la pala en el camión
con
lasitud enervante, ambos
de
súbito se detienen:
el de la
pala se apoya sobre ella y cruza los pies
como un
bailarín en descanso
el otro
nada más ve la coupé taunus
que
dobla la esquina y me descubre
espiando
en plena calle, por si acaso
no
levanto la mano, el de la pala
me
devuelve indiferencia: bosteza
a tempo
con la ruinosa casi escoba
que
agita lánguida el polvo, la polvareda sube
la
claridad acobarda.
Mi balcón
Calentador
eléctrico.
Plato de
loza blanco.
Maceta
de barro sin planta.
Madera
de Bolsón.
Uno
arriba de otro no en este orden sino
a la
inversa:
Madera
de Bolsón sobre
Maceta
de barro sin planta sobre
Plato de
loza blanco sobre
Calentador
eléctrico.
Atrás el
esqueleto de una silla tonet.
Arriba
la soga con broches de colores.
A la
derecha un banco de trabajo.
A la
izquierda un cactus patagónico anciano,
único
espécimen que resiste
la
insistencia inanimada de mi
balcón,
con su
horizonte amputado en el ventanuco
del baño
de los vecinos
Carolina Musa Nació en Rosario.
Durante su adolescencia vivió en Orán provincia
de Salta. A los 18 años, volvió a su ciudad natal.
Artesana, correctora, y Licenciada
en Comunicación Social, también realizó estudios en cine y museología. Paticipó
en el taller de escritura coordinado por Marcelo Scalona y desde 2010 coordina
el suyo para niños. Entre sus lecturas en público se encuentran el XIX Festival
Internacional de Poesía de Rosario, y varios ciclos más. La editorial
Tropofonía le editó en 2011 su primer libro Acústico. De allí es el primer
poema que nos lee de los cuatro que podés escuchar en el micro radial que te
dejamos.
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