ALGO DE ESTE NORTE
Este es el Norte, casi ausente, de mi patria.
Esta es la provincial heredad ensimismada;
el desdibujado imperio
que es preciso rastrear por las soledades
y en la memoria.
Aquí reposa la nostalgia del oro,
el halo de su renombre.
Aquí muchas cosas también fueron la poesía.
Desde siempre
prosperó más la soledad que el hombre,
mientras su corazón
soportaba inclemencias del cielo y de la tierra.
Como una hormiga
que oye repicar las desiertas torres de la cordillera,
vive el hombre.
Y entre bosques y ramas de bosques floridos,
cual una ofrenda que muda otoños y coronas
al pie de cumbres vacantes,
al pie de fabulosos pedestales sin nadie,
el hombre transita.
Recorre límites terrenales
-solitarios y litigados límites-
por los que tropieza con su don de pasado y descendencia
y con aquella tormenta de canciones
que no calmará la secreta sed de otras cosas.
Fue tejedor de lunas y de ríos;
ordenador de años y semillas;
arriero de luceros y estrellas dobles.
Acató la tierra
y obedeció devotamente sus mandatos, esas labranzas que lo perpetúan.
Cumplió las leyes contra él.
Rastreó los esquivos enigmas de los altos
y ensayó guiar las parameras
hacia un yacente surtidor de gracias:
fue héroe, traidor, y proscripto venerable:
tuvo los dones y la culpa que su tierra sabe.
Siempre esperó -espera siempre-
y pircando fechas en su tiempo baldío,
a la par de sus labores
veló por la dignidad amenazada de terruño.
Vigiló esta bandera cuando se habló de patria,
y así, desde las primeras galas de los árboles minerales,
-arroyo del aroma que se perdió en el aire-,
hoy los hijos de los hijos
llevan el subversivo y anónimo apellido de pueblo
bajo una avalancha de constelaciones y ofrendas.
De perennes ofrendas,
enclavadas en un suelo
que puede ser cielo increíble.
Esa mañana
Como un bien fregado piso de pinotea
huele la mañana
luego de la lluvia de anoche.
El cielo anegado, el paisaje sosegado
henchido de aromas
a barro, a aguas crecidas
botando su lecho.
Tal vez el mismo aroma haya tenido el aire
en aquel silencio
de luz,
anterior al mundo.
Lejos de aquel comienzo
paradas en el aljibe de la mediamañana
tersas, alegres
las pirinchas se interrogan
sobre los nidos de gorriones
en los altos del tipal.
Este es el Norte, casi ausente, de mi patria.
Esta es la provincial heredad ensimismada;
el desdibujado imperio
que es preciso rastrear por las soledades
y en la memoria.
Aquí reposa la nostalgia del oro,
el halo de su renombre.
Aquí muchas cosas también fueron la poesía.
Desde siempre
prosperó más la soledad que el hombre,
mientras su corazón
soportaba inclemencias del cielo y de la tierra.
Como una hormiga
que oye repicar las desiertas torres de la cordillera,
vive el hombre.
Y entre bosques y ramas de bosques floridos,
cual una ofrenda que muda otoños y coronas
al pie de cumbres vacantes,
al pie de fabulosos pedestales sin nadie,
el hombre transita.
Recorre límites terrenales
-solitarios y litigados límites-
por los que tropieza con su don de pasado y descendencia
y con aquella tormenta de canciones
que no calmará la secreta sed de otras cosas.
Fue tejedor de lunas y de ríos;
ordenador de años y semillas;
arriero de luceros y estrellas dobles.
Acató la tierra
y obedeció devotamente sus mandatos, esas labranzas que lo perpetúan.
Cumplió las leyes contra él.
Rastreó los esquivos enigmas de los altos
y ensayó guiar las parameras
hacia un yacente surtidor de gracias:
fue héroe, traidor, y proscripto venerable:
tuvo los dones y la culpa que su tierra sabe.
Siempre esperó -espera siempre-
y pircando fechas en su tiempo baldío,
a la par de sus labores
veló por la dignidad amenazada de terruño.
Vigiló esta bandera cuando se habló de patria,
y así, desde las primeras galas de los árboles minerales,
-arroyo del aroma que se perdió en el aire-,
hoy los hijos de los hijos
llevan el subversivo y anónimo apellido de pueblo
bajo una avalancha de constelaciones y ofrendas.
De perennes ofrendas,
enclavadas en un suelo
que puede ser cielo increíble.
Esa mañana
Como un bien fregado piso de pinotea
huele la mañana
luego de la lluvia de anoche.
El cielo anegado, el paisaje sosegado
henchido de aromas
a barro, a aguas crecidas
botando su lecho.
Tal vez el mismo aroma haya tenido el aire
en aquel silencio
de luz,
anterior al mundo.
Lejos de aquel comienzo
paradas en el aljibe de la mediamañana
tersas, alegres
las pirinchas se interrogan
sobre los nidos de gorriones
en los altos del tipal.
La
conexión eléctrica
Llovía.
Los obreros estaban con sus caparazones de plástico negro
y vivos anaranjados y azules y amarillos
subidos a un púlpito
casi al final de la escalera de la lluvia.
Manipulaban viboritas eléctricas
adormecidas en el interior de los cables;
separaban los voltios reacios; apartaban las chispas y sus almas
tratando de endilgar la procesión de la luz
hasta un fornido pacará
frente a la demolición de la casa vieja.
Tijereteaban savias magnéticas, potencias, tallos y voltios
en ese espinoso jardín de amperes
con flores mortales
acechando en la noche que conforma
el techo de las luces.
Desde aquel alto bajaban agua y neblina.
Fuerzas de seguridad provinciales
vigilaban la poda eléctrica, empalme e injertos en las alturas
entre todos los pájaros siempre con el amanecer encendido
en los ojos.
Ninguno advirtió que la maquinaria sosteniendo al púlpito
sería un caballo de Troya cargado de jardineros
electricistas
colgados del cielo por la cintura; pegados a los postes
con derrames de agua.
Y de pronto el grito y le aumentaron aplausos
por la hazaña de haber renovado la cadencia de la luz
sin despertar a las víboras del voltaje de su sueño continuado,
sin apagar los espejos de Emmanuel
que seguía cortando cabezas a la navaja en su peluquería
reciclada,
abajo -estilista él-
entre aerosoles, cortinitas, cremas y cumbias de la radio.
Llovía.
Los obreros estaban con sus caparazones de plástico negro
y vivos anaranjados y azules y amarillos
subidos a un púlpito
casi al final de la escalera de la lluvia.
Manipulaban viboritas eléctricas
adormecidas en el interior de los cables;
separaban los voltios reacios; apartaban las chispas y sus almas
tratando de endilgar la procesión de la luz
hasta un fornido pacará
frente a la demolición de la casa vieja.
Tijereteaban savias magnéticas, potencias, tallos y voltios
en ese espinoso jardín de amperes
con flores mortales
acechando en la noche que conforma
el techo de las luces.
Desde aquel alto bajaban agua y neblina.
Fuerzas de seguridad provinciales
vigilaban la poda eléctrica, empalme e injertos en las alturas
entre todos los pájaros siempre con el amanecer encendido
en los ojos.
Ninguno advirtió que la maquinaria sosteniendo al púlpito
sería un caballo de Troya cargado de jardineros
electricistas
colgados del cielo por la cintura; pegados a los postes
con derrames de agua.
Y de pronto el grito y le aumentaron aplausos
por la hazaña de haber renovado la cadencia de la luz
sin despertar a las víboras del voltaje de su sueño continuado,
sin apagar los espejos de Emmanuel
que seguía cortando cabezas a la navaja en su peluquería
reciclada,
abajo -estilista él-
entre aerosoles, cortinitas, cremas y cumbias de la radio.
CALLES
Un día haré un poema
con
Trozos extraviados de viento
Domingos tirados en la calle
Cartelones que de noche lloran
Mujeres que no engordarán nunca
Gente renga
Gente bizca
El día que pasaron los enfermos
Marineros que comen solos los domingos
Agujas de tejer abandonadas
Arrugas
Niños recién desembarcados en la vida
Paredones
Nombres extraviados
que pertenecen a las chapas de bronce
Estatuas bajo la lluvia
porque no tienen casa
Hoteles de provincia
con sus viajantes aburridos
Trenes que de noche gritan como chicos
Una antigua colección de comerciantes
Una antigua colección de hombres
sin biografía
Folletos de días en colores
Con el domingo de los empleados
con la sociedad del Dock Sud contra el hollín
con lunares
Fiebres
"Valses" con "fading"
y conmigo
apoyado a las barandas de los anteojos
y llorando detrás del vidrio
aquél febrero
haré un poema
subterráneo
Buenos Aires
CROQUIS I
con
Trozos extraviados de viento
Domingos tirados en la calle
Cartelones que de noche lloran
Mujeres que no engordarán nunca
Gente renga
Gente bizca
El día que pasaron los enfermos
Marineros que comen solos los domingos
Agujas de tejer abandonadas
Arrugas
Niños recién desembarcados en la vida
Paredones
Nombres extraviados
que pertenecen a las chapas de bronce
Estatuas bajo la lluvia
porque no tienen casa
Hoteles de provincia
con sus viajantes aburridos
Trenes que de noche gritan como chicos
Una antigua colección de comerciantes
Una antigua colección de hombres
sin biografía
Folletos de días en colores
Con el domingo de los empleados
con la sociedad del Dock Sud contra el hollín
con lunares
Fiebres
"Valses" con "fading"
y conmigo
apoyado a las barandas de los anteojos
y llorando detrás del vidrio
aquél febrero
haré un poema
subterráneo
Buenos Aires
CROQUIS I
En el recetario
el médico
ha escrito:
olvidar.
Olvidar,
antes
y después
de cada comida.
Y yo miro todo el cielo
que cae hasta
la tierra;
las hojitas grises de la lluvia
y este gorrión
madrugador
picoteando el vidrio
de mi ventana.
Y olvido.
Olvido.
Porque mi médico ha recetado:
hay que olvidar,
antes y después
de cada comida.
Es decir, cuatro veces al día,
y si fuera necesario
también con la primera estrella de la tarde,
la que ve desde su ventana.
el médico
ha escrito:
olvidar.
Olvidar,
antes
y después
de cada comida.
Y yo miro todo el cielo
que cae hasta
la tierra;
las hojitas grises de la lluvia
y este gorrión
madrugador
picoteando el vidrio
de mi ventana.
Y olvido.
Olvido.
Porque mi médico ha recetado:
hay que olvidar,
antes y después
de cada comida.
Es decir, cuatro veces al día,
y si fuera necesario
también con la primera estrella de la tarde,
la que ve desde su ventana.
CROQUIS II
Sobre la noche en blanco trazo
un cielo gris
una cuna
una rosa amarilla
que trajeron hoy
La trazo con el hoy.
Sobre la noche en blanco
afino la punta de mi memoria
y con amor dibujo una nueva rosa,
otra luz, un mantel de hule,
dos mujeres italianas, tres abuelos,
un hombre joven y la cocina a leña
marca “Istilart”,
con el fuego encendido en el año 33
y un crepitar feliz
frente a unos ojos de 5 años.
Retorno al blanco de la noche
sombreo el limonero, el cielo,
la ropa en la soga
y recorto mi lámpara
con su luz del fondo de la tierra
y leo
leo hasta ya no leer,
hasta un punto rojo
a mi derecha
que avisa a los aviones.
Y de cara al temporal que adivino
majestuoso,
firmo el día,
me alejo de la noche
recojo el inalterable fuego del año 33
y con él acompaño al reloj por un silencioso país de cosas y de rosas
tras un vidrio doble transparente.
un cielo gris
una cuna
una rosa amarilla
que trajeron hoy
La trazo con el hoy.
Sobre la noche en blanco
afino la punta de mi memoria
y con amor dibujo una nueva rosa,
otra luz, un mantel de hule,
dos mujeres italianas, tres abuelos,
un hombre joven y la cocina a leña
marca “Istilart”,
con el fuego encendido en el año 33
y un crepitar feliz
frente a unos ojos de 5 años.
Retorno al blanco de la noche
sombreo el limonero, el cielo,
la ropa en la soga
y recorto mi lámpara
con su luz del fondo de la tierra
y leo
leo hasta ya no leer,
hasta un punto rojo
a mi derecha
que avisa a los aviones.
Y de cara al temporal que adivino
majestuoso,
firmo el día,
me alejo de la noche
recojo el inalterable fuego del año 33
y con él acompaño al reloj por un silencioso país de cosas y de rosas
tras un vidrio doble transparente.
Leandro Néstor Alvarez Groppa , tal es su nombre completo, nació en
1928. Para todos es un poeta jujeño pero nació en Laborde, Provincia de Córdoba.
Escritor, periodista y educador. Cursó estudios en su provincia natal Córdoba y en Buenos Aires. Fue
maestro en Tilcara y bibliotecario en San
Salvador de Jujuy donde reside. En 1955 funda en Jujuy, con
los poetas Jorge Calvetti, Andrés Hidalgo y Mario Busignani, el novelista
Héctor Tizón y el pintor Medardo Pantoja, la revista TARJA, un hito en la
literatura del Noroeste Argentino. En 1966 se incorporó como miembro
correspondiente a la Academia Nacional de las Letras. Recibió, entre
otros premios oficiales, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la poesía, 2007.
Creador de la Editorial Universitaria jujeña. En 1998 inicia la
publicación de los Anuarios del tiempo que registran una historia afectiva de
Jujuy entre 1960 y 1996. Creador también de su propio
sello editorial en 1966 “buena montaña”. Ha publicado: Taller de
Muestras, Indio de carga; En el tiempo
labrador, Romance del tipógrafo,
Postales, Carta terrestre y catálogo de estrellas fugaces, Todo lo demás es
cielo, Violetta marina e Viola dámore, Almanaque de notas, Cantos para Jujuy, Obrador,
Abacería, Libro de ondas, entre otros.
La fotograía que ilustra la
nota fue tomada de la siguiente página Web:
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