CIUDAD DE
LOS LAPACHOS
En la tarde de agosto que declina,
caen
lágrimas del lapacho
al furor del
viento que ejercita
su libertad sin conciencia.
Lejos de aquí, en la escena de Shivago
se desploman los pétalos de una flor
a medida que se aleja el amor
al fragor de la batalla.
Árbol emblema
de Santiago,
su fugaz
lenguaje nos representa
desde esta
tierra de soles y leyendas.
Un
día cualquiera, su fragante hoguera
vendrá
a iluminar ausencias, talvez mi figura,
un
pensamiento apenas.
DESDE EL PUENTE
Si una tarde cualquiera de otoño te sientes vacío
y la angustia invade tu espíritu,
camina lentamente hasta el puente
aquel que en Santiago une dos ansiedades
y mira al poniente como si buscaras un ángel;
verás un incendio de soles venciendo a la noche,
oirás tambores de bronce llamando al ocaso.
En el ritual de la tarde
trae como ofrenda la pena que te agobia
déjala que se funda en el paisaje como un leño
y sentirás que una extraña paz alivia tu corazón.
Antes del regreso, libre ya de la angustia
no olvides mirar hacia el este
ese rumbo luminoso que vendrá del futuro
para definir el
perfil de las cosas,
para ahuyentar los miedos del hombre.
DESTELLOS
Este
es el inventario elemental
de
los momentos que repiten mi vida:
Un
amanecer en primavera
cuando
el chivato suelta sus gallitos
en la
fiesta florida de otro día que se va.
Un
mediodía de verano
donde
reina el impiadoso sol
que
me obliga, a buscar la sombra
de la
morera cordial.
Un
atardecer de otoño frente al mar
cuando
las horas cansadas se pierden
como
sombras, entre las olas que vienen y
van.
Una
noche de invierno,
frío
que deviene azul lo que toca
cuando llama insistente a la presta soledad.
Quizás
nuestras vidas sean
sólo destellos que cruzan los infinitos días,
esos que pasan sin pasar.
IMÁGENES DEL AYER
La
fotografía es cruel, hiere su verdad
Cuando
nos muestra felices
Sin
las huellas que deja el pasado.
Ella,
en su mundo contiene
La
vida que se fue y sin querer
nos
aleja de los días venturosos.
Cómo
volver sin dolor al ayer
Si
sólo tenemos nuevas palabras
Para
rescatar la antigua alegría que quedó
Aprisionada
en aquel viejo papel.
Hoy
lo se y es en vano
Porque
no podemos detener al tiempo inexorable:
Río
salvaje que alimenta su existir
Con
la sangre de quienes caen en su cauce.
SER FELIZ EN UBEKISTÁN
No es
tener el asombro de la gigante comba
Que
todas las tardes llama a las sombras
En
esos ardientes ocasos de Asia Meridional.
Tampoco
es el ganado que pasta su silencio
Al
pie de las nevadas montañas del paisaje
sin igual.
Ni
son tampoco aquellos árboles centenarios
Que
alegran la humilde historia de Nadir.
Nada
de esto fue suficiente para él,
Hasta
que pudo cinglar su espada de antiguo metal
Y
diseñar la bolsa de suave piel de aquel zorro
Que
cazó una fría mañana de abril.
Hermosa
lección nos legó este ignoto habitante
De la
lejana Ubekistán:
Aprender
a ser feliz con las elementales cosas
Hechas
a la medida de su menguada ambición.
Carlos Eduardo Figueroa (Buenos Aires, 18 de febrero de 1939)
vive en Santiago desde sus primeros años. De profesión Contador Público
Nacional, durante su juventud vivió en Alemania y visitó numerosos países de
Europa. Dueño de una profusa obra poética que ha trascendido los límites de
nuestra geografía, tuvo también activa participación institucional en la SADE (Sociedad
Argentina de Escritores). Dueño de un lenguaje poético caracterizado por un excelente
manejo de la metáfora y las figuras poéticas, sus trabajos se han publicado en
la prensa local, nacional y extranjera. También fue figura descollante en los Cuadernos
de Cultura de Santiago del estero. Entre los libros publicados por Figueroa,
podemos mencionar Los juguetes del sueño (1978), Diálogo secreto, (1984), Señales
de dos mundos (1993), Soles de la memoria (1998), Días sin regreso (2005) y la
palabra encendida (2008).
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